Esta nueva obra del profesor López Quintás no se reduce, pues, a transmitir conocimientos estéticos, suscitar experiencias gratificantes, analizar experiencias estéticas muy sugestivas. Quiere, a través de todo ello, ayudar al lector a experimentar por sí mismo la transformación interna que opera la experiencia estética en quien la vive como un acontecimiento creador. El mundo de la estética queda, con ello, realzado, elevado años luz por encima de toda mera diversión, refinamiento del gusto, adentramiento en mundos culturales de sorprendente creatividad. Además de todo ello, la experiencia estética nos sumerge en el enigmático mundo de la belleza, que es tan difícil de precisar como sugestivo y transfigurador.
El incremento actual del gusto por el arte es digno de loa si no se reduce a mero afán consumista de acumular sensaciones placenteras, antes procura convertir la experiencia estética en un factor formativo de primer orden. El agrado es un valor, ciertamente, pero lo es no sólo por ser gratificante, sino sobre todo por ser un detector de valores más altos. Si autonomizamos el agrado que nos produce una obra, nos quedamos a medio camino en la contemplación de la misma, pues no entramos en relación de presencia con ella, es decir, de encuentro auténtico.
El arte nos forma si, al contemplarlo, ponemos en vibración nuestro ser entero e integramos los ocho modos de realidad que constituyen su estructura. Sólo entonces adquiere nuestra experiencia estética un verdadero carácter creativo. Al elevarnos al nivel de la creatividad, conseguimos una sorprendente madurez espiritual, porque aprendemos a ver como contrastes buen número de contradicciones. Por ejemplo, ya no consideramos la relación entre libertad y normas como un dilema, sino como un contraste, y este giro mental -pequeño en apariencia- nos abre inmensos horizontes de realización personal, que de otra forma quedan obturados. Sólo por esta aportación merecería esta obra sumo aprecio. Pero hay todavía más sorpresas.
Al asumir, en la experiencia artística, las posibilidades creativas que nos ofrece una realidad estéticamente valiosa, advertimos que vamos buscando algo en virtud de la energía que irradia lo mismo que buscamos. No se trata de un círculo vicioso sino virtuoso, que se da también en toda experiencia ética, metafísica y religiosa. En estas experiencias vamos, asimismo, en busca de algo valioso merced a la fuerza interior que nos otorgan las realidades hacia las que nos dirigimos. Para lograr que niños y jóvenes comprendan por sí mismos la estructura interna de estas decisivas experiencias es muy útil sugerirles que realicen lúcidamente diversas experiencias estéticas, sobre todo la de interpretación musical en cualquiera de sus modalidades: canto monódico, canto polifónico, interpretación instrumental, audición penetrante de obras... Este ejercicio estético es sumamente fecundo en el aspecto pedagógico porque nos permite crear con las realidades contempladas y vividas modos de unión entrañables, que es la meta de toda auténtica vida cultural. Esa actividad creativa nos abre los ojos para comprender por dentro que la actitud de solidaridad y colaboración no se opone a la de independencia y autonomía, sino que ambas actitudes se exigen mutuamente. Al descubrir esto, niños y jóvenes dan un paso de gigante hacia la madurez personal pues incrementan su capacidad creativa, su lucidez para penetrar en la fecundidad de cada experiencia de la vida cotidiana, su sentido crítico para discernir lo que construye su personalidad y lo que la descentra y destruye.
Desde esta perspectiva, la experiencia estética presenta un alto rango como medio de formación y desarrollo personal, sin perder un ápice de su atractivo inmediato. Pude comprobarlo de modo concreto al redactar mi tesis doctoral sobre el sentido de las nuevas creaciones arquitectónicas en el campo del arte sacro.
Luis Aymá
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